Observando la sociedad, en general, podemos darnos cuenta como la muerte es un tema tabú que se intenta disfrazar u ocultar a los niños, a pesar de que es un tema que todo niño tiene que afrontar en algún momento de su vida.
La vida es una experiencia maravillosa que transcurre entre el nacimiento y la muerte, y estos dos acontecimientos naturales están vedados para los niños, se les oculta como ocurren realmente y se les impide asistir a ellos. Tanto los partos como los rituales para despedir una muerte son acontecimientos a los que no suelen acudir los niños. En cambio, deberían estar en contacto con ambos, integrándolos en sus experiencias sin protecciones ni ocultaciones.
Nacer y morir son actos sagrados que ocurren sólo una vez en la vida. Son dos partos, en uno estás pariendo y en otro estás partiendo.
Todo esto ocurre porque los adultos no saben cómo afrontar la muerte, lo mismo ocurre con el sexo, si los adultos no lo viven de forma natural no son capaces de explicarlo a sus hijos sin recurrir a metáforas y a frases hechas no realistas. Sexo y muerte son dos grandes tabús, añadiría un tercero, el dinero.
A veces no se les habla de forma natural de la muerte porque consideran a los niños muy vulnerables para que puedan ver a una persona muerta y despedirse de ella o para que puedan ver un parto natural, pero paradójicamente, no se les considera vulnerables para otros sucesos dolorosos como la falta de atención, abandono, maltrato, etc. Así que, o se les considera demasiado pequeños como para darse cuenta o demasiado sensibles como para soportarlo.
Por último, los adultos suelen tener miedo a morir y eso lo transmiten a las nuevas generaciones, el miedo a morir está muy unido al miedo a vivir, miedo a darse cuenta a que si me muero ahora qué estoy haciendo con mi vida, con mis seres queridos. En el saber morir está implícito el saber vivir.
¿Cómo preparar y acompañar a un niño ante la muerte de un ser querido?
Ante la pérdida de un ser querido, incluso de una mascota, es necesario acompañarles y no minimizar ni negar el impacto emocional tanto en el niño como en el adulto. Las pérdidas siempre nos producen dolor y en cada etapa las reacciones son distintas. Los niños puede que lloren un rato y después estén jugando como si nada, esto no significa que no sientan dolor, sino es simplemente supervivencia, su dolor suele ser intermitente.
La forma en que expresan su dolor depende de muchos factores: desarrollo evolutivo, cultural, contexto familiar, edad, etc., pero hay una serie de reacciones universales en los niños:
-Conmoción e insensibilidad: se quedan como ausentes, como si nada ocurriera.
-Incredulidad: no se creen lo que ha ocurrido.
-Regresión: retroceden en su desarrollo.
-Ansiedad, miedo a perder a otra persona cercana.
-Rabia, enfado por haberles abandonado.
Todas estas reacciones dependen de la edad y del vínculo que tenían con quien ha muerto, también de cómo murió, no es lo mismo afrontar una muerte después de una larga enfermedad en la que pueden despedirse que una muerte repentina. Los menores de 3 años no pueden verbalizar lo que sienten y lo expresan a través de síntomas físicos, conductas extrañas o actitudes regresivas.
En general, todos los niños, a veces demuestran sus emociones acelerándose y poniéndose nerviosos, manifiestan su ira y su tristeza con movimiento (no son ni se han vuelto hiperactivos), cosa que no hacemos los adultos, que nos solemos congelar. En estos casos hay que dejarles ser, dejarles moverse, facilitarles la canalización y cuando liberen esa energía están preparados para hacernos las preguntas que tienen dentro.
Por lo tanto:
-Dejarles sentir, no confundirlos con frases como “no llores que él o ella está bien”. Hacerles ver que no son culpables y que no tienen la responsabilidad de reemplazar al muerto, esto suele ocurrir cuando muere uno de los progenitores.
-Darles la oportunidad de despedirse, si quiere ir al acto funerario permitírselo, esto les ayuda a ver la realidad sin imaginarse cosas que no existen.
-Como adultos, expresar nuestro dolor.
-Que tengan siempre a su lado a un adulto significativo para que le consuele y le dé seguridad afectiva.
-Responder a sus preguntas de forma natural y realista.
-Explicarles que la vida es un misterio y que la muerte es un proceso más de la misma, no sabemos qué ocurre después, forma parte del misterio, pero sí sabemos que la vida es para vivirla plenamente, que no debemos tenerle miedo y así no temerán a la muerte. No infundirles nuestros miedos ni ante la vida ni ante la muerte.
-Quitarles la sensación de peligro con cuentos, con cercanía amorosa, con nuestro contacto físico mediante abrazos, siempre dejando que ellos nos den la pauta.
¿Cómo explicar la muerte a los niños?
Les podemos explicar que la muerte es un cambio de estado, pasas de tocar, ver, oler a tu ser querido a no hacerlo, pero le sigues amando. Hay un final de su cuerpo físico pero hay un seguir de su alma, de su estado energético que se une al suyo. Es hacerles entender que la energía de ese ser se suma a la suya, es una suma de amores, su ser querido se hizo parte de la energía de su corazón.
Les hacemos ver como la sociedad nos muestra la muerte como la gran enemiga porque no sólo existe la muerte física, cualquier pérdida es como una muerte y a los niños se les enseña que tienen que triunfar, que perder es negativo. Decirles y mostrarles mediante el ejemplo, que perder no es ser un perdedor, es ser un aprendiz. Enseñarles a acompañarse unos a otros, ya desde la etapa de infantil, no a competir, sino a ayudarse, a colaborar. Enseñarles a vivir en la gratitud. Enseñarles a amar, no con esto tenemos que decirles que amen a todos porque hay personas con las que no vibramos, pero un acto de amor seria no odiarles, no atacarles. Esta forma de vivir les ayuda a estar más en contacto consigo mismos y más en la energía del amor y así la muerte, aunque duela, se concibe como lo que es, un proceso más de la vida.
Y terminar con dos metáforas bellísimas que podéis contar a vuestros niños y niñas:
-El puente del pasado hacia el amor es el perdón
-El puente del presente hacia el amor es la gratitud.